Un lechón… o lo que sea

Elena Blasco |

En el lenguaje hablado es a menudo más importante el tono con el que se habla que las palabras en sí. Eso lo sabe todo el mundo, pero es que encima lo ha explicado muy bien el otro día, John Berger.

El tono en plástica es la técnica, es el material.

Es fácil tener una idea para una pieza. Cualquier cosa que te preocupe, te guste, te haya sorprendido; cualquier cosa que “veas” de entre los millones que “no ves”.

Lo que cuesta es tener que esperar a que se te hayan agrandado las orejas y puedas así percibir el tono con el que la futura pieza se intenta explicar.

A cualquier persona, en su sano juicio, le encanta ver moverse por el mundo a un lechón… Sí, a un lechón: un diseño burbuja, compacto-con patas, pensado para hucha, que se mueve como una pelota que se ha salido del patio del colegio. Con unos pelos como un leñador, ¡pero níveos! ¡Un ser albino rodando por los suelos!… ¡Sobrado de pestañas!

Nosotros no podemos vernos las vértebras dorsales ¡pero es que ellos no pueden verse casi nada!… la hucha tiesa. Orondos coches de choque cuando están en tropel.

Tampoco se vive tan mal sin verse uno las dorsales, y a ellos les pasará lo mismo.

Y van con tacones, como de puntillas, ¿ya sabían que iban a vivir siempre sobre un barro horrendo?

METERSE EN LA PIEL DE UN LECHÓN… aunque tiene cuatro patas, es decir, “como nosotros”, ¡sus manos son la nariz!, es con lo que toquetea todos los olores, solo puede eso.

La idea de lechón va tomando densidad, va tomando Cuerpo, ya tengo unas orejas considerables. Ya podemos hablar.

Y, a todas éstas, me he comido unos cuantos, los he visto por dentro, ¡me los he metido dentro! Soy un poco lechona. ¡El lechón soy yo! Si el lechón soy yo, yo sé perfectamente cómo soy: rosa, peluda, dura o blanda ¿o qué?, trotona, maciza, despistada.

No tengo más que sentirme.

Ya tengo el tono.

En la tienda toco con una mano el material y con la otra mi muslo, a ver. El de la tienda me empieza a tratar exageradamente bien, porque mi gesto les parece una tontería, y eso siempre se agradece.

¿Y si no solo quiero contar un lechón?

¿Y si quisiera contároslo todo de nuevo?

F I N

 

A piglet… or whatever it may be

In spoken language the tone is often more important than the words themselves. We all know this, but John Berger explained it particularly well the other day.

The tone, in the plastic arts, is the technique, the material.

It is easy to have an idea for a piece. Anything you are worried about, or something that surprised you, anything you “see” among the millions of things you don’t “see”. The hard thing is waiting for your ears to grow, so that you can perceive the tone with which the future piece attempts to explain itself.

Anyone who is not crazy likes to see a piglet moving around the world… yes, a piglet: a perfect bubble design, compact and with four legs, devised as a moneybox, who moves like a ball which has rolled out from a schoolyard.

With the bristly hair of a woodman, but pure white! An albino creature rolling around… with more eyelashes than we can count!

We cannot see our own spine, but piglets can hardly see themselves at all… they are rigid moneyboxes, plump bumper cars, piled one on top of the other.

It is not so bad not to be able to see one’s spine, and they probably feel the same way.

And they wear high heels, walking on tiptoe. Did they know they were always going to live on mucky mud?

PRETENDING TO BE A PIGLET… even though he has only four legs, that is, “like us”, his snout is his hands, and he uses it to fondle every smell, it can only be that.

The idea of the piglet is gaining density, becoming real. My ears have been growing substantially. We can talk now.

And, despite all this, I have eaten some of them, I have seen their insides,

I have had them inside me. I am a bit of a piglet myself. I am the piglet!

If I am the piglet, I know exactly what I look like: pink, furry, hard or soft, or what? Swift, sturdy, absent-minded. I need only feel myself.

I have found the tone.

In the shop, with one hand the material and with the other my thigh, to see. The man in the shop treats me too nicely, because he thinks I am being silly, and we are always grateful for that.

And what if I only want to tell you about a piglet?

And what if I wanted to tell you all over again?

THE END

 

 

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