Las manos marrones, marrones
Se me han puesto las manos marrones marrones y arrugadísimas, sobre todo si me pongo las gafas, y tengo un pellejito súper móvil que, con la mano extendida en la mesa, con un dedo en la otra, apretando el envés, corro de un lado de la superficie marrón y se mueve con una independencia de la propia mano. Chocante. Se nota cómo la piel es una funda elástica de lo otro.
Y digan lo que digan hace precioso, y sabiendo muy bien que estoy hablando del famoso paso del tiempo, es una preciosidad esta otra opción.
Como las manos de los labradores, son joyas brutales. Que no me castigue Dios, pero también me encantan las que tienen un poco de artritis entre las falanges, parecen manos de percherón hombre. Los percherones tienen las articulaciones fogosas y ¡qué pies! (Salto, veo, de un animal a otro, pero ¡una vez en estos términos!…)
La gordura de las pezuñas (¡qué palabra también!) de los percherones es una de esas cosas por las que lloraría todas las veces.
Y cuando a esos caballos, que parecen salvajes (no sé si lo serán) se les cae un mechón entre los ojos, pues también. Cuanto más largo mejor. ¡Tan salvajes y con largo flequillo; tan salvajes y con botas! Y tan ajenos a que eso que les cae entre los ojos se llama así. Son modernísimos, más que los punkis cuando los punkis, más que los Beatles, más que nadie, jamás. Porque no lo saben, porque no saben nada de nada, porque no hay que saber tanto. Porque están ahí pastando, con su flequillo, aburridísimos, y a una le parten el corazón.
F I N
The brown, brown hands
My hands have become brown and wrinkly, especially if I am wearing glasses, and I have a little hangnail which, with one hand on the table, and a finger on the other, I can move from side to side across the brown surface, moving independently from the hand. Striking. You can see that the skin is an elastic cover of the rest. And whatever they say it makes beautiful, knowing that I am talking about the passing of time, this is a wonderful option.
Like the hands of labourers, they are brutal jewels. Without wishing to tempt fate, I love the way they have a touch of arthritis between the joints, so that they resemble the hands of a Percheron horse. Percheron horses have fiery joints and such feet! (I leap, I see, from one animal to another, but, once we are speaking on these terms!…)
The fatness of the hooves (what a word!) of Percheron horses is one of the things that can always make me cry.
And when those horses, which seem wild (I am not sure if they are) have a strand of hair between the eyes, I cry too. The longer the better. They are so wild, and have such long fringes; so wild and wearing boots. They don’t know that what falls over their eyes has a name. They are very modern, more than punks in their heyday, more than The Beatles, more than anyone. Because they don’t know it, because they don’t know anything, because there is not so much to be known. Because they are grazing, with their fringes, bored out of their minds, and they break my heart.
THE END